lunes, 19 de agosto de 2013

II VUELTA DEL ÚLTIMO BUCARDO. Linás de Broto. 18 de Agosto.


  Justo. No hay nombre mejor para esta carrera. Esta carerra me pone en contacto con la realidad del Bucardo. Es una carrera para cabras de Pirineos. En primer lugar, porque sabiendo lo que se nos viene encima (y abajo), hay que estar como una cabra para salir. En segundo, porque para subir por donde subimos, y, sobre todo, bajar por donde bajamos, hay que tener un cerebro bucardil, hay que pensar (y apoyar) y fingir como un Bucardo. El propio Luis Alberto Hernando (un ganador con pedigrí) lo decía al final: qué maravilla y qué dura. La vuelta del último Bucardo lo tiene todo. Como Nadal, no me olvidaré ni de los sponsors ni de los voluntarios, por todas partes y en todas bien puestos. Ni del speaker, un speaker de lujo, de unos avituallamientos perfectos, de un tapeo final estupendo (el chorizo fantástico, aunque no para estómagos que se acaban de cascar más de 22 km corriendo a jadeo limpio por la montaña). Pero sobre todo, tiene lo que hay que tener: un circuito pensado con la cabeza: hecho para hacer disfrutar, hecho para destrozar, hecho para, una vez alcanzada la meta, sentirse orgulloso de estar más allá de ella. Porque, tras una salida rápida y corta que te coloca enseguida en una pista que no será el recuerdo de nadie, la carrera escoge un camino estrecho, húmedo (ayer llovió) y leve en piedras. Aquí se sube duro por dentro del bosque en fila de a uno hasta que la trialera resbaladiza sale del bosque hacia otra trialera pedregosa, rodeada ya de arbusto bajo, que ya tiende hacia vegetaciones de altura. Por todos lados aparece ese cardo violeta, y la fila de a uno se troncha en un pista que termina en un recodo que te tira hacia abajo, por dentro del bosque, por la trialera de la diversión. “Un mundo de zetas”, lo llamaría. Llevábamos menos de ocho kilómetros y ya pensaba “no hay otro sitio mejor para estar, no hay nada más divertido que estar bajando como un Bucardo esta trialera. Qué felicidad”. En esa sencilla comunión, en la que se encuentran los deseos con el azar, el bosque con las fuerzas, el clima con un verdadero tempo; en definitiva en donde confluyen espacio, tiempo, y esa extraña criatura llamada “yo”, es donde explotan las potencias de lo humano. Posiblemente, en su esencia, mucho más cercanas a las potencias animales que a las privativas humanas mismas. Nada más llegar abajo, el sendero se inclina hacia arriba, y es entonces, como dice un compañero en el primer repechito nada más llegar abajo “cuando empieza lo bueno”: una subida, en principio por una sendita por dentro del bosque, que enseguida se “dessenda”, de trocha por la ladera, con 800 metros de desnivel en menos de tres kilómetros. Una salvajada para Bucardos. En mi idea inicial, muy especulativa y basada no en otra cosa que en la imaginación (como todas las ideas), si llegaba entero a este punto, podría “empezar a correr”. ¿Pero quién puede correr subiendo con una inclinación del 30% por el medio de la ladera, entre el verde, las piedras, y los arbustos? Llego arriba como si tocara lo que minutos antes imaginaba como el más allá de la eternidad. De nuevo mi imaginación supone dos cosas erróneas: una, que a partir de ahora todo será bajada. Otra, que la bajada será más cómoda que la subida. Como suele suceder, ninguna es cierta. Cómo nos engaña la imaginación: nos coloca en la posición más fácil. Esta imaginación que tiene su nido en la pereza, en la fragilidad, en la necesidad de sobrevivir, en el miedo a la muerte, en último término. Porque la primera parte de la bajada es un infierno para el músculo y para el pie; músculo que retiene todo el peso, pie que busca puntos de apoyo estables donde no existen. Enseguida empiezan las piedras. Como calzadas romanas deshechas. Y, cuando menos te los esperas una cuesta arriba preciosa, un sendero de piedras (una mini calzada romana; por lo estrecha),que te lleva por otra bajada sin nombre en la que casi nos perdemos, recuperando el camino trepando por los arbustos que hieren la piel. Después, la última subida (o penúltima) es una cabronada a estas alturas, pero lo peor (lo mejor) está por venir; una bajada de tres kilómetros y medio por una calzada romana “sin atar”. Por suerte, enseguida nos coge Mari Cruz Aragón; sólo siguiendo sus pasos bajamos infinitamente más rápido; siguiéndola aprendemos en qué consiste el baile de los pies y las piedras. Eso es, casi exactamente, el concepto de Pina Bausch; "repetir y repetir un gesto hasta conseguir que trascienda". Al final, esta trialera divertidísima casi se convierte en “demasiado divertida”.  Pienso en Horacio y en su “mediocritas aurea”, la trialera coquetea con el equilibrio perfecto, pero a estas altura de carrera, lo sobrepasa. Al final, Linás. Dos repechos que encabronan ya en el pueblo, y el orgullo de la meta. Para aspirar a Bucardo hay que aprenderlo todo, de nuevo. Como volver a nacer.

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